Mi estilo quizá parezca despreocupado, pero en realidad me aterra la idea de no saber a dónde van mis pasos.
Quizá sea mejor salir de aquí sin decir nada, correr bajo la lluvia sin detenerme, dejarme llevar por el destino y el viento, y un día, simplemente detenerme.
Encontrarme, descubrirme en un lugar hasta ese día desconocido, explorar cada habitación, aunque sea una; recorrer una y mil veces mis pasos hasta sentir que me pertenece.
Después de 30 años de conocer un lugar, de pertenecer a él, no será fácil olvidar y tal vez no lo quiera, seguiré recordando sus paredes y sus escaleras; tendré que involucrarme y comprometerme con ese nuevo sitio.
No quiero crear un vínculo, ya no, pues más tarde, tendré que dejar la orilla y volver a volar. No, esta vez no me aferraré a las paredes, ya no lo haré.
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