viernes, 21 de septiembre de 2007

El agua que escurre de mi pecho

El río de sangre ha dejado de correr por mi vientre, dando paso al dolor de no poder gritar, porque mis lágrimas han inundado tantas calles de esta gran metrópoli; el sol, poco a poco se va ocultando trás esa pared de tabiques que no permite que mis tristes ojos puedan observar la cruel escena de la cual yo no soy participe.

Feroz ataca el viento mis mejillas que son hilos conductores de diamantes líquidos que caen y se pierden en la inmensidad de un paraje desierto, un paraje desierto lleno de figuras de una guerra que ha sido fruto de la miseria espiritual de un grupo de seres que olvidaron cómo reir.

Mis piernas se doblan al pasar cerca de una pareja de jóvenes que sin recato exprimen las ideas y vomitan blasfemias en contra del amor, transforman cielos azules y tierras fértiles en lugares áridos y cielos grises, pero mi pecho deja salir una gota de esperanza al ver a la orilla de aquel ensangrentado lugar a un niño correr alegre y sin odio alguno.
Una sonrisa, tan sólo una sonrisa de aquel bello infante moreno, de ojos café y cabello castaño, permitió que en mi alma se anidara la esperanza de revivir a este decandente planeta.
Es por eso que con esta daga de obsidiana, hoy abro mi piel y riego las ahora tierras áridas con el agua divina que escurre de mi pecho, el agua que conocemos como nuestra sangre.

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