viernes, 21 de mayo de 2010

La leyenda de Nixe y Argos

Una tarde, el joven Argos caminaba por el bosque; iba absorto en sus pensamientos, en lo que haría de grande y lo que no haría; de vez en cuando sus ojos se detenían en algún punto del paisaje, en un árbol, en una flor o simplemente, su mirada se perdía en el horizonte.



Argos era un joven delgado, sencillo y muy sensible, gustaba de las cosas simples, disfrutaba caminar largas horas por el bosque; y ese día no era la excepción, sus pasos lo fueron llevando hasta el centro de ese hermoso lugar; justo detrás de unos arbustos Argos logró ver las cristalinas aguas de un lago, se sentó en la orilla y comenzó a jugar con sus dedos en el agua.



Habían transcurrido sólo unos minutos cuando él escuchó un hermoso canto, levantó la mirada y pudo ver a lo lejos una larga y negra cabellera que caía cubriendo la fina espalda de una mujer de piel blanca; era ella quien cantaba. Argos de inmediato se sintió atraído por aquella visión; se levantó y lentamente se fue acercando al lugar donde aquella mujer se encontraba.



Cuando estuvo cerca, se quedo inmóvil, encantado por la hermosura de aquella mujer, ver su espalda desnuda, sus piernas sumergidas en las cristalinas aguas, su larga cabellera negra contrastando su blanca piel húmeda.



Argos suspiró y la joven volteó de inmediato; estaba desnuda, sus brazos se cruzaron frente a sus pechos; el joven pudo ver los grandes ojos color miel de la chica, unos ojos llenos de vida, de sensualidad y sensibilidad.



El muchacho le habló a lo joven y se disculpó por estar observándola y le dijo:

- Soy Argos, sé que esto no está bien, pero no pude evitarlo, verte así, tan hermosa, tan frágil, tan blanca… pensé que eras una Diosa, ¿eres una Diosa?

La chica levantó su mirada, lo observó y contestó:

- Yo soy Nixe, y no, no soy una Diosa.

Argos no podía retirar la mirada de Nixe, había algo en ella que lo tenía atrapado, lo hechizaba. De manera increíble, Argos sentía un gran deseo de estrecharla y tenerla entre sus brazos. Con mucho temor y un tanto tembloroso se acercó a la joven, alargó sus brazos y comenzó a besar la cabellera negra de Nixe, besó sus orejas y sus mejillas; delicadamente deslizó sus labios por el rostro de la hermosa joven hasta encontrarse con los de Nixe; recorrió su cuello y pococ a poco se deslizó hasta su pecho.

Nixe suspiró con fuerza, Argos la sintió respirar agitadamente y continuó besándola, deslizó sus labios cerca de sus senos, sin tocarlos, sólo aproximándose.

El joven se levantó y vio los grandes ojos de la chica entrecerrándose; Argos se acercó más a ella y la cubrió con sus brazos.



Las horas pasaban y sus cuerpos se hacían uno, sentían vibrar cada centímetro de su piel, las manos de Nixe comenzaban a tocar la espalda de Argos. Se veían y sonreían, parecían dos niños traviesos.



Se acostaron sobre el pasto y juntos, fundidos en un gran abrazo permanecieron durante un largo rato, hasta que Nixe se levantó y dirigió sus pasos hacia el lago, con paso firme avanzó hasta desaparecer en el fondo de las cristalinas aguas.



Argos no podía creer lo que estaba pasando, se arrojó al agua para buscarla, pero todo fue inútil, jamás la encontró. Regresó a su aldea y le contó a su abuela lo que había visto; la gentil anciana le comentó.

- Argos, hijo mío, no cabe duda de que te encontraste con Nixe, la ninfa.

Era una ninfa dijo Argos y desde ese momento el joven regresa cada tarde con la esperanza de volver a ver a Nixe.

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